martes, 1 de octubre de 2013

Nunca tuve miedo de la noche hasta que la noche fue tu silencio. No creo tener la fuerza para volver a soñarte.  Toda la prisión es un comienzo, el hueco por el que me salgo para ir a buscarte. La noche es una grieta inconexa por la que se filtra tu renuncia. Alguien sostuvo sin voluntad este esqueleto crujiente, pero se negó a reducirlo. Nada me derrota excepto tu silencio. Pero anoche viniste, elegiste un sueño. Primero era un aeropuerto. Corrías. Te confundías entre la gente. Me olvidabas en un viaje.
Yo aceptaba el desamparo.
Después llamaste y esa voz era la tuya. No un recuerdo, no un recuento de sonidos, ni una retención de la carencia. Era tu cuerpo nombrando mi deseo, llamándome completa. Y entonces estabas sobre la presencia, me determinabas el vacío, me especificabas la ausencia. Yo abandonaba el cuerpo y tu voz era el espacio. Sobrepasabas las palabras, los argumentos. Tenías la voz, eras existencia. El pacto era imposible, mi verbo insuficiente, te había cedido entera mi sintaxis en clave de tristeza.