sábado, 31 de julio de 2010

Jueves

Era el tiempo de la felicidad estéril, de la entrega exasperada, de las luces bajas resguardando el deseo, amansándolo, de la oscuridad que enfundaba nuestros cuerpos, descubriéndonos los ojos, dos gatas lamiendo su propio anhelo de la caricia siempre cercenada.
Era en la semana, solo un día. El de la celebración y la fiesta. Simbióticamente amanecidas desayunábamos la risa y la euforia de tenernos. Nadie sabía de nosotras cuando envolvíamos nuestros murmullos con amuletos musicales. Teníamos el don de la congruencia, la vocación del celo. Éramos dueñas y señoras del dolor.

Huyó una tarde sedienta de rio.

Yo lloré sobre mi vida.

Nunca volví a despertar en las mañanas.

0 comentarios:

Publicar un comentario